Mi primer recuerdo es de las vacaciones en el sur de Bohemia. Tengo dos años. Mis padres, mi hermana y yo acampando en las orillas del río Vltava. Otro día, mientras comía frambuesas con leche en un huerto de cerezos, me picó una avispa que se sentó en la cuchara.
Otro recuerdo, del kinder. Con las maestras y otros niños paseando por cerca de mi casa. Una de las maestras diciendo en voz baja: mira la ventana... como los gitanos.... No sé como pero entendí que se refería a la ventana de mi cuarto, que estaba rota y pegada con una cinta transparente. Mi papá no había cambiado el vidiro porque la casa „se movía" y ese vidrio se quebraría de nuevo. Tampoco usabamos cortinas para que entrara más luz, cosa que por alguna razón también les irritaba a las maestras.
El colegio. En el principio no me gustaba comer sin mi mamá. Luego me acostumbré. Nuestra maestra era vieja, nerviosa y colérica. Cuando no sabíamos, nos pegaba. Creía que estaba bien, que lo merecía. Recuerdo haber robado flores del jardín para regalarselas, esperando que así se le quitara la cólera. Recuerdo tomar leche para la merienda y tapar la carne dura con el puré de papas para poder irme a casa. De postre nos daban una mitad de naranja, la sobreproducción de nuestros hermanos de Cuba, que pulverizaban con una sustancia química que causaba una reaccion alergica. Años después me enteré que eran las naranjas para para hacer jugo, pero eso nadie sabía.
En terecer año me di cuenta que casi todos los niños del colegio eran Pioneros. No sabía como pasó. Pero veía que algo andaba mal conmigo. Quería ser como los demás y poder usar la camisa celeste y el pañuelo rojo en los días feriados. Recuerdo un día así observando por la ventana a los niños yendo al colegio. Me puse algo celeste y me amarré un pañuelo rojo con pequeñas florcitas azules esperando que no se notaran desde abajo.
Al cumplir diez años erano fuí con mi hermana a un campamento de verano. Una noche nos despertaron y llevaron al bosque. Allá, al lado de una gran fogata me hicieron jurar a la bandera checoslovaca, que iba a trabajar, estudiar y vivir según la orden del Pionero y que iba a luchar para proteger nuestra república socialista. Cuando volví a casa después de las tres semanas con el pañuelo rojo en el cuello, mis padres me miraron raro pero no lo comentaron.
En el cuarto año, en la clase de historia tuve que escribir sobre la época entre las dos guerras mundiales en mi país. Yo no tenía mucha idea del asunto así que le pedí ayuda a mi padre. Juntos hemos escrito algo sobre la primera y segunda república y sobre el presidente Masaryk. El día siguiente presenté mi trabajo y esperaba recibir la mejor nota. Pero cuál fue mi sorpresa cuando la profe escribió el 5, la peor calificacion posible. Pregunté por qué, pero la profe no me sabía contestar, solo dijo que dejara de ofenderla. En casa le comenté a mi papá sobre lo que pasó y el me dijo que no me preocupara, que estuvo bien lo que dije, solo la profe esperaba que dijera otra cosa.
Recuerdo las enormes colas en las tiendas antes de abrir. Recuerdo que una vez al año, antes de la Navidad, llegaban los plátanos, mi fruta favorita. A cada madre solo le vendían tantos platanos cuantos hijos tenía. Recuerdo que a veces había que esperar mucho tiempo y teníamos que turnarse con mis hermanos. Me comía mi platano muy despacito, sin morderlo, como si fuera un helado que no se derretía. Me acuerdo que en una época no se podía conseguir papel higienico. Un día regresando de la clase de atletismo pasé por una tienda donde hubo una cola enorme porque les llegó el papel. Recuerdo la sensación de triunfo y orgullo al conquistar mis dos rollos y entregarlos a mis padres.
Recuerdo estar esperando con mi mamá en la librería cada jueves, porque ese fue el día cuando llegaban los títulos nuevos y se acababan inmediatamente. Recuerdo a mi madre cosiendo y recosiendo la ropa para nosotros, tiñendo las telas y hasta los zapatos, para que quedaran más bonitos. Recuerdo a mi padre haciendo muebles y juguetes para nosotros.
Recuerdo la primera vez de haber visto la frontera, comiendo helado en el castillo de Mikulov, mirando hacía las tierras prohibidas de Austria. Recuerdo la primera vez de haberla cruzado, unos pocos kilómetros a la República Democrática Alemana, a un pueblo cuyo nombre no recuerdo. Recuerdo lo asombrada que estaba por la cantidad y la diferencia de cosas que veía.
Recuerdo la felicidad que nos causaron los regalos traídos por mis padres del viaje a Grecia. Eran latas de gaseosas que encontraron al lado de la carretera mientras viajaban tirando dedo. Nos adornamos el cuarto con ellas. Y lo mejor fue que nos compraron a cada uno su lata llena. Estaba guardando mi Coca-cola como medio año para abrirla en una ocasion especial que nunca llegó.
Recuerdo todo eso y pienso que los jóvenes de 20 años ya no recuerdan nada de eso. El año 1989 para ellos es solo una fecha más para memorizar. Algo tan lejano como el 1968 para mí. O tal vez más. La prehistoria. Les parece lógico que todo lo que quieren se puede, con cierto esfuerzo, alcanzar o comprar. Está bien... o no?
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 comentarios:
Dora que lindo post. Que increible que ese pasado tan lleno de "limitaciones" se sienta como un horizonte mucho mas deseable a vivir que este presente/futuro donde "todo es posible". Me ha encantado tu post! Besos!
Publicar un comentario