26 ago 2010

De dónde venimos...


Imágen: Petr Malina

Durante mi viaje por Suecia tres veces tomé el barco. Dos veces fueron barcos suecos y de regreso tomé un barco alemán que iba a Rostock. La diferencia fue sorprendente.

A Suecia la encontré como un país muy agradable, ordenado y limpio, y a los suecos como gente muy amable, contenta y bien educada. A pesar del duro clima y un verano muy corto los suecos se encuentran entre los pueblos más felices del mundo. Para nuestra joven democrácia checa los países escandinavos siempre han servido de ejemplo de como puede funcionar un país pequeño dentro de una comunidad tan grande, como la europea.
Los primeros dos viajes en los barcos suecos fueron agradables. La gente en el bordo disfrutaba del sol y nada les importaba el fuerte viento. En la cafetería esperaban tranquilamente en la cola, y el personal trataba a todo el mundo con amabilidad y todos hablaban inglés. Fue realmente muy fácil acostumbrarse de todo eso.

En el barco hacía Rostock fue diferente. La mayoría de los pasajeros no eran suecos, sino gente de Europa del este, Alemanes, de Ukrania, Russia, Bulgaria, Eslovaquia... y República Checa. Muchos de ellos eran choferes de los trucks u obreros. Y de repente, después de acostubrarme ver a los suecos bien vestidos, deportistas, sanos y bien nutridos, me chocó ver la gente del "otro Europa", gastados, gordos, calvos, con ojeras, mal olientes y en ropa vieja... Pero no solo fue la apariencia sino también el comportamiento. La gente llegó corriendo a la cafetería, chocando con los demás, adelantandose y gritando al personal en ruso (o lo que sea), ignorando que eran alemanes, y llevándose con avidez una cantidad de comida que no se podían comer.
Me dije: ¡bienvenida a casa! y me invadió una mezcla de verguenza y tristeza al pensar que así nos ven los suecos (alemanes, francéses, ingléses..) también a nosotros. O sea, que es el mundo al que yo también pertenezco. Un mundo que aún no sabe bien hacía donde ir, ni que sabe caminar bien.

Pero luego, al preguntarme en que otro país quisiera nacer si tuviera la oportunidad de escoger, me di cuenta que no encontraría una alternativa mejor. Soy feliz de haber nacido en el lugar y la época en que nací. Me gusta el punto desde el que puedo observar el mundo, el punto que me ha moldeado para ser lo que soy ahora. Me parece más que perfecto haber nacido en el comunismo, vivir en él justo lo suficiente para recordar la tristeza y el vacío en los que se acostumbró a vivir la gente, y que éste se haya derrumbado justo cuando empecé a tomar conciencia. Que pude estudiar ya en una época de más justicia y libertad, que he vivido el cambio, que he visto como nace la democracia y que tan difícil es aprender a no descuidarla nunca.