26 feb 2010

El aniversario

En noviembre del año pasado Perú y yo cumplimos diez años. Para mí fue un amor a primera vista. Y a pesar de que nos conocimos por casualidad, sin haberlo planeado o siquiera pensado antes, fue un encuentro que ha marcado mi vida. No me imagino quién sería hoy sin haber hecho aquel viaje. De niña he visto un documental sobre los astronautas, donde uno de ellos comentaba sobre su experiencia de ver el planeta Tierra desde el universo. Dijo que sentía una mezcla de ternura y responsabilidad. Un sentimiento por el planeta que le ha cambiado la perspectiva para siempre. No sé porqué se me grabó tanto su testimonio, pero creo que también deseaba algún día sentir algo así.

Me sucedió cuando he cruzado el Atlantico en mi primer viaje a Perú. Y aunque hasta ahora no llego a descubrir porqué y para qué este vínculo se ha hecho tan fuerte, le encuentro cierta lógica. Uno tiene que tener una predisposición para poder apreciar y querer ciertas cosas, paisajes o personas. Yo inmediatamente reconocí que llegué al lugar de mis sueños, o mas bien a un lugar del cuento que ni me atreví a pensar que existía. No es que hubiera encontrado algo tan bello o idílico, pero era algo fuerte que no podía ni quería resistir. Una fuerza que hasta ese momento en mi vida faltaba. De repente no importaba que no hablara el idioma, simplemente decidí comprenderlo, comunicarme de todas maneras.

Si ahora me pregunto que cosa fue que me gustó tanto, no podría decirlo. Fueron unos veinte días en los que solo he visto Lima y la costa del norte. Muchas cosas me han chocado, sorprendido, me han dado pena, me han encantado o disgustado. He visto sitios y personas que me daban miedo. Pero no pude dejar de sentir la atracción y curiosidad. No siempre lo atractivo debe ser positivo. O sea, puede ser positivo por despertar fuertes emociones, si es lo que buscamos. E igual, no todo lo desconocido tiene que ser atractivo, pero lo puede ser si nos interesa. A mí me interesaba. Miraba la gente en la calle y me preguntaba de que hablaban, los veía dormidos en las combis y me preguntaba hacía donde iban y que vidas llevaban, leía palabras como "Canto Grande" y "Puente Piedra" que no entendía pero me sonaban sumamente poéticos. Me preguntaba cómo era el pueblo del nombre "Peaje", cuyos luces brillaban en la oscuridad del desierto.

Desde entonces he aprendido un montón de cosas. No solo de Perú sino tambien de mí misma. Me di cuenta que hablar el castellano ha despertado cosas en mí que desconocía. No sentía el mismo miedo de expresarme como me sucedía en checo. He descubierto que ese miedo causado por el hecho de no saber lo suficiente, el hecho de no ser perfecta que tanto me paralizaba siendo checa entre los checos, ese miedo desaparecía al convertirme en la extranjera que no tenía que hablar bien y de la que hasta se esperaba que sea diferente. Era algo muy liberador, algo que me ha ayudado a desenvolverme.

El español no era el primer idioma que estaba aprendiendo, pero ni con el ruso ni con el inglés me ha sucedido algo parecido, porque no los tenía asociados con nada concreto. En cambio el español era parte de algo más complejo que no aprendía para aprenderlo, sino para entender un mundo. He descubierto muchas paralelas entre el checo y el español, sobre todo en la manera de decir las cosas, de crear las frases, en la flexibilidad de las palabras. Se dice que el español es fácil de aprender, por lo menos en el principio. Yo comencé leyendo y escribiendo cartas. En esa época pasaba mucho tiempo viajando en tren de Praga a Moravia. Todos los fines de semana emprendía el viaje de 5 horas y me lo pasaba con mi libro y el diccionario, escribiendo. Pero igual, al llegar a Perú la segunda vez, no entendía mucho. Podía decir casi todo lo que necesitaba pero acostumbrarme a la velocidad y la habla de los limeños fue mas difícil. El misterio de las palabras seguía ahí, y llegar a comprenderlas se ha vuelto una pasión para mí. Vivir aprendiendo me causaba mucha satisfacción. Después de los siete meses soñaba en castellano.

Antes, cuando hablaba conmígo misma, me hablaba en dialecto praguense a pesar de que en voz alta no era capaz de dejar mi acento moravo. Ahora ya adopté el acento praguense y el moravo no me sale, pero en mi mente me hablo en castellano. No siempre, pero muchas veces es así. No sé porqué, pero hablando castellano soy otra. Más expresiva, más comunicativa y más alegre. Pero también más atrevida, más coqueta y más grosera. Por lo menos eso creo. Porque no lo sé. No puedo saber como es mi versión en español. Igual que nunca sabré como suena cuando hablo, que tan fuerte es mi acento o cuantos errores cometo. ¿Pero qué importa? Lo importante es que hay personas que a pesar de todo entienden lo que digo.