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La gente de mi generación tambien sufre la (n)ostalgia. Ninguno de nosotros realmente desearía volver a los viejos tiempos pero a la vez se extrañan ciertas cosas en las que crecimos. Me acuerdo de los primeros años de los 90, cuando el mercado se abrió y empezaron a llegar los productos del oeste. Todo lo viejo se botaba y se cambiaba por cosas nuevas, que no siempre eran de mejor calidad, pero tenían una estetica diferente y entonces más deseable. Por la razón de que vivimos por cuarenta años en un encierro, el diseño de las cosas no cambiaba según la necesidad del mercado o de los clientes. Los precios eran fijos. No hubo una competencia natural porque el productor de todo era el estado. El problema principal entonces no fue conseguir el producto más bonito sino conseguir alguno.

No quiero decir que todo lo que se hubiera producido fuera de mala calidad. Para nada. Solo que la superposición del estado, su control total del todo, ha marcado también la forma de las cosas que nos rodeaban. Existían las comisiónes que aprobaban la forma y el contenido de todo. Es muy curioso que en las áreas menos importantes se producían cosas mejores y mas atrevidas por haber sido menos influenciadas desde arriba. También en ciertas áreas que ahora no se desarrollan por falta de recursos se ha llegado a muy buenos resultados, porque el estado los finanziaba.
Supongo que el termino “estetica marxista” existe, pero seguramente no se usa en este contexto. Pero para la descripción de algunos “artefactos” de mi infancia sería ideal. Según Karl Marx el miembro de la sociedad comunista debe ganar solo el sueldo mínimo, necesario para la supervivencia de su familia, pero no más, para no poder acumular el capital. Esta austeridad se proyectaba en la estetica de la manera que las cosas no necesitaban ser bellas sino solo útiles. Esta tendencia llegó a sus extremos en los años 50, cuando las mujeres a proposito se vestían mal porque lucir elegante sería visto como un gesto de conspiración.
Por cierto el diseño y la moda durante la era comunista estaban influenciados por el resto del mundo, pero solo hasta cierto punto. La gente moría por tener algo diferente, algo especial, pero en las tiendas encontraban siempre las mismas prendas. La información sobre las tendencias en el extranjero llegaba solo con las pocas personas que viajaban. Por eso mi generación creció vestida en la misma ropa, rodeada de los muebles identicos, jugando con los mismos juguetes, comiendo el pan con la única mantequilla y tomando la única leche que existía. Lo que antes nos unificaba ahora nos une.
Puede que nos podemos dar el lujo de sentir esta (n)ostalgia, porque hemos vivido la decada menos peligrosa y más relajada de esos cuarenta años. Quizá es fácil recordarla así sabiendo que fue la última. Y quizás el tiempo que hemos vivido en ese ambiente fue el tiempo justo. No hemos tenido que seguir viviendo en él y no hemos llegado a sentir sus límites. Lo recordamos como el tiempo más o menos idílico e idealizado, y hasta con ternura, porque así recordamos la infancia. Pero lo bueno es que ya hemos crecido y no tenemos que volver a vivirla.