4 ago 2009

La perfección

Uno pensaría que debiera motivarle cuando su esfuerzo sea valorado. No obstante a mí a veces me produce un efecto opuesto. Claro que me alegra saber que haya gente que les interese lo que escribo pero me hace pensar en las expectativas que genero en ellos. Y esas expectativas me paralizan un poco. Soy consciente de que son unas expectativas imaginarias y que mis desgarros no le vayan a quitar el sueño a nadie. Cuando empecé a escribir este blog no esperaba nada. No sabía porqué ni para quién lo hacía. Y ahora, sabiendo de que alguien me lea, que visite la página para ver que hay de nuevo mientras que yo no publico nada, pues eso me intimida.

Me acuerdo cuando una chica que conozco desde la infancia ha publicado su primer libro con bastante éxito. En las entrevistas siempre le preguntaban sobre su próximo libro. Y yo pensé que simplemente no podía dejar de escribir si bien quisiera. De repente se ha vuelto una escritora de la que se esperaban más y más libros...
Si lo pienso bien lo que me asusta es la responsabilidad por lo que hago. Seguir con la tarea que me propuse y llevarla a un cabo. E ir mejorando, madurando, perfeccionando. Pero cada vez más se me hace obvio que las expectativas no son de nadie sino mías. Igual que la inseguridad y el miedo de no ser capaz de cumplir mi propuesta. Soy yo entonces quién se paraliza a sí mismo.

Desde niña tenía la facilidad para varias cosas. Aprendía rápido, a veces más rápido que los demás, pero al alcanzar cierto nivel que me bastaba para realizar mis objetivos dejaba de esforzarme. Como si fuera una cuestion de supervivencia, aprendía una y otra cosa sin la necesidad de llegar a la perfección. Era lógico que mis compañeros que no tenían los intereses tan dispersos y escogían una sola área de pronto me superaban. Pero es que yo si me dedicaba a una sola cosa me sentía atrapada. Andaba cambiando de rumbos queriendo probar todo, sentía la necesidad de vivir varias vidas, tal vez para liberarme de la responsabilidad de ser buena en la una que tenía. Recuerdo haber querido aprender a tocar el violín y ahí mis padres ya me pararon, me dijeron que mejor me concentrara al dibujo. Hasta hoy no sé tocar ningún instrumento.

El dibujo. Lo único que no escogí pero que nunca dejé de hacer. En mi familia el arte era algo tan común y natural, que no aprendí a valorarlo. Pensaba que todos podían hacerlo. Me acuerdo que cuando tenía 18, al acabar los cuatro años de estudios de arte*, me sentía completamente inútil, envidiaba a los que estudiaron para ser carniceros o cocineros, porque tenían un camino claramente marcado sin tener que pensar porqué y para quién trabajaban. No me aceptaron en Bellas artes pues me quedé un año sin empleo y haciendo de todo, menos el arte. Estaba esperando que alguien me necesite pero solo buscaban las cajeras o secretarias. El siguiente año entré a Bellas artes y me propuse disfrutar de los estudios sin pensar mucho en que me esperara después.

No sé si fue la mejor idea pero la pasé bien y con el tiempo aprendí más o menos a superar el hecho de hacer algo que aparentemente no sea tan necesario, útil o que ayudara directamente a alguien. Apreciando el trabajo de otros trato de aprender a valorar el mío. Hasta ahora me cuesta, pero hago lo que sé hacer mejor de todo. Y de vez en cuando me pongo a coser, restaurar muebles, reparar las bicicletas o a escribir para quitarme el peso de encima. Porque, al fin, lo que se disfruta es lo que cuenta y no hay que ser bueno en todo. Y además, es una buena excusa eso de escribir en otro idioma... no?

*El sistema educativo checo: 8(hoy 9) años el colegio (obligatorios), 4 años la secundaria(high school), 5-6 años la universidad (en mi caso Bellas artes)

3 comentarios:

Mamá de 2 dijo...

Hola, Dora.

Yo no perfeccioné ningún arte. De niña, dibujaba muy bien. Mi "etapa dorada" de esto sucedió en la universidad, me hice "oscura" y me pasaba el día dibujando vampiros, cyborgs enamorados y gárgolas. Se me daba bien, pero eso, más cierto nivel de "autismo social" (y eso que hablo hasta por los codos) y mucho resentimiento, me desprestigiaron mucho en una universidad del Opus Dei, sobre todo entre los chicos.

Otra cosa ocurrió con los profesores: a ellos les interesaban las calificaciones y las habilidades prácticas. Yo sacaba buenas notas y trabajaba con mi padre en vídeo y fotografía, así que esa parte la tenía bien cubierta.

Estudié Comunicaciones porque la carrera de Artes Liberales había perdido categoría de licenciatura en la universidad más cercana a casa. Mis padres no querían enviarme a otra ciudad, porque no había dinero, ni confianza suficiente en el mundo.

A estas alturas, lamento no haber tenido más práctica en ciencias, habría sido bueno para mi memoria. Pero siempre me llamaron más las letras.

Hoy por hoy, en Bilbao, hago de multioficios para una jefa que nunca considera suficientemente bueno lo que yo o todos a su alrededor hacemos. Lo más triste es que mi especialidad, por llamarlo de algún modo, son los trabajos sociales en campo: identificación práctica de necesidades, de grupos de poder y líderes, contactos, etc. Todo esto, como parte del reporterismo free lance que suelo hacer...

Tengo mucho sentido común para identificar necesidades y proponer soluciones en abstracto, siendo lo más rigurosa y realista posible, pero nunca aprendí a vender.

Y es lo que ahora se me exige desde una oficina dedicada a promover la calidad en los procesos de desarrollo: vender.

A mi alrededor, la exigencia de perfeccionarme en eso, por ser lo que me está dando de comer ahora mismo. Dentro de mí, la convicción cada vez más fuerte de que esto no vale la pena, de que podría volver a Perú, donde nadie me cobra los favores, donde están mis amigas de toda la vida y donde hay, verdaderamente, mucha, mucha, pero mucha necesidad.

Y eso, como mi día a día, sumado a todo lo demás.

Un abrazo!

Dora dijo...

Angela, he leído algo de tus otros blogs en los que describes tu trabajo en el campo, y te cuento que me ha impresionado mucho. Entiendo que lo que haces ahora en Bilbao no te satisface si en Perú estabas haciendo algo así, usando tu talento para los trabajos sociales y a la vez haciendo algo valioso. Tu sabrás cuando y para qué volver a Perú, de eso no tengo duda, y si tu estadía en Bilbao te ayude a reconocer qué es lo que vale la pena, no está demás.
Yo a pesar de estar tratando de convencerme que el arte vale la pena, tengo la necesidad de hacer algun trabajo social y no sé por donde empezar. En Perú sabría, pero no soy peruana y no tengo una justificacion valiosa porqué no hacer algo así en mi país. Pero es que la necesidad la veo allí. Tu tienes la suerte de ser peruana y además con la capacidad de "identificar necesidades y proponer soluciones". Ya sabrás como aprovecharla. Yo tambien espero llegar a descifrar hacía donde voy. Y de repente algun día hacemos algo juntos. Suerte!

Mamá de 2 dijo...

Mi querida Dora,

Europa está llena de necesidades, de seres humanos que no saben que en verdad se están muriendo y han olvidado cómo pedir ayuda.

Yo he encontrado mucha incoherencia. Hice un master en Cooperación Internacional, pero ninguna de las personas responsables tenía proyectos con colectivos en riesgo de discriminación del propio Bilbao. Las zonas "de inmigrantes" no son más que lugares exóticos donde lindos bilbaínos pueden ir a conseguir marihuana y alimentar sus egos "filantrópicos", fingiendo por una mañana que son muy acogedores y abiertos, pero no tienen la más peregrina preocupación de lo que pueda suceder con sus compatriotas más pobres, o enfrascados en la drogadicción.

No, es que “mola más” viajar a los hermosos países del Tercer Mundo, con sus misterios, sus riquezas naturales y su población inocente.

Ay…

Sí, querida, me siento triste a veces. Pero tienes razón, estar aquí me sirve para comparar y apreciar, para encontrar herramientas, para saber por qué rechazo lo que rechazo y qué es lo que realmente merece la pena. Esta ciudad te hace fuerte a costa de latigazos, pero también hay personas muy buenas y momentos entrañables.

A ver si salgo pronto de mis deudas y me piro!!!!

Un abrazo.