8 mar 2009

Observaciones de la playa I.




Como ya mencioné en uno de mis post anteriores, tuve la iportunidad de pasar un verano entero en una playa limeña. Ay, qué rico!, dirían los que van los fines de semana con su botella de Inca kola. Qué aburrido, pensarán los enemigos de deportes acuáticos. Qué superficial, dirán los intelectuales. Mientras que yo, una espía disfrazada de surfista, digo: pero qué interesante!

En la playa se acumula una sociedad muy especial. Es gente que normalmente no vendría a conocer. Me acuerdo que antes de empezar a correr olas no disfrutaba mucho las caminatas por la playa, justo por los chicos que la frecuentaban, por sus comentarios y por la imposibilidad de poder sentarme en paz sin ser la carnada para los rateros. Pero al entrar a ese mundillo, al conocer sus reglas y costumbres le perdí el miedo.

Como dije, la fauna playera es bien diversa. Empezando con los que vienen en la busqueda de la diversion, como los alumnos de las numerosas escuelas de surf, sus orgullosos padres, alumnos ya mayores-padres de famílias mejorando su físico, los miembros de los clubs, los turistas extranjeros o los limeños que simplemente vienen a descansar y tomar el sol, y finalmente los campesinos que están visitando la capital. Siguen los que viven de los primeros: los ambulantes, los heladeros y quiosqueros, los artesanos, los salvavidas, guardias, pescadores, instructores de surf, los guarda-tablas nocturnos, los recycladores de la basura... y los bricheros.

Aunque no parezca, todo tiene su orden aquí. La gente viene a la misma hora todos los días, cada quien tiene su lugar, su puesto donde hace su negocio. Existe cierta jerarquía que depende de varios aspectos, que no siempre son muy claros. Al parecer todo funcciona bien. Los quiosqueros por ejemplo por unas propinas guardan cosas de los surfistas mientras estén en el agua. Los instructores colaboran con los salvavidas, que al parecer le tienen miedo al agua (!). Algunas escuelas colaboran entre ellas, se prestan tablas cuando al otro le faltan.

Parece que todos son muy amigos, pero muchas veces solo son alianzas economicas. Hay muchísima competencia, muchos chismes, a veces recelo y hasta odio entre algunos. Como no, si se pelean por los clientes (sobre todo por los rubios, que se cobran doble precio), se llevan alumnos del otro y hasta las tablas se roban. Si se es amigo de uno, no se puede ser amigo del otro (siendo la tercera persona), podría ser tomado por ofensa o traicion, y eso incluso si ellos se saludan a diario de „broder“. Así que se complican bastante las relaciones y lo mas seguro resulta amistarse con la niña de la vendedora de raspadilla o con la señora de los sanguchitos de pollo con papitas. Por lo menos eso hacía yo.

Al fin lo mejor fue meterse al agua.

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