30 sept 2008
Preguntas
Los peruanos suelen hacer sus pequeñas entrevistas a los extranjeros que encuentran. A mí siempre me asombraba la facilidad con la que empezaban las conversaciones. En principio me facilitaba la comunicacion, me gustaba el interés que mostraban por mí, pero con el tiempo contestar siempre las mismas preguntas me cansaba. Incluso llegaron momentos cuando me deseperaba y me ponía antisociable. Mucha gente preguntaba pero poca buscaba a cambiar la imagen que tenía de mí. Pero a veces lograban a sorprenderme con sus preguntas. Sin darse cuenta me daban temas para pensar. Una vez un pescador me preguntó de qué más extrañaba de mi país viviendo fuera.
Hay momentos en los que a uno le parece extrañar todo. La gente. Los olores cotidianos que activan la memoria. La comida. Las canciones. Pero en realidad no es eso que se extraña.
Me di cuenta de que extrañaba ser la Dora que conocían mis padres, mis hermanos y amigos. La Dora en su contexto, con su trasfondo, con su historia. La que no tenía que explicar quién es y de donde venía. La que compartía la historia y el presente con los demás checos. La Dora que dominaba su lengua y la sentía. Extrañaba ser local, extrañaba sentirme en casa. Extrañaba de que me trataran igual y no como a la gringa que admiraban y despreciaban a la vez. Extrañaba que me quisieran no por ser diferente sino por ser parecida a ellos. Extrañaba ser común e invisible. Sentirme segura. Tener amigos entre los hombres. Poder sentarme sola en un bar sin que nadie molestara...
Pero entonces ¿qué es lo que extraño de mi hogar adoptivo cuando vuelvo a Checolandia? Pues... mi vida en Perú. Mi libertad. El hecho de vivir sin el peso de la memoria, de la familia, de las expectativas de la gente que me rodea. Extraño adaptarme, empezar desde cero. Extraño las amistades con aquellos que no necesitaban conocerme del todo para poder quererme. Y a los que se tomaron el trabajo de conocerme. Extraño sentirme parte sin haber crecido en las mismas condiciones, sin haber visto los mismos dibujos animados de chibola. Sentirme identificada a pesar de tener otra experiencia. A pesar de haber crecido en otro clima... Extraño las calles, los lugares, las costumbres, los sabores,las casas donde viví, todo lo que considero tan mío y aquí no tengo con quien compartirlo. Extraño el mar y el aire de la sierra... la chirimoya, los helados de lúcuma en la playa y un millon de cosas más.
Demasiada contradiccion? Sí, pues.
11 sept 2008
Historias que vi
Túcume. Casa recién construída de una familia joven.
Hualhuas. Mujeres con niños lavando ropa y lana en el riachuelo.
"¿De dónde vienes?"
"De Europa"
"¿Y tu mamá, dónde está?"
"Allá"
"¿Y tu, qué haces por acá?"
Túcume. En la cocina.
Puno.
Misti. Ciudad de Dios.
Tarma. Exposición agropecuaria.
Altiplano. Festejando la Virgen del Carmen con peluche de oso y zapatillas Nike.
Canta. "¿Dónde alquilan caballos?" "Allá donde Pedro"
Hualhuas. Mujeres con niños lavando ropa y lana en el riachuelo.
"¿De dónde vienes?"
"De Europa"
"¿Y tu mamá, dónde está?"
"Allá"
"¿Y tu, qué haces por acá?"
Túcume. En la cocina.
Puno.
Misti. Ciudad de Dios.
Tarma. Exposición agropecuaria.
Altiplano. Festejando la Virgen del Carmen con peluche de oso y zapatillas Nike.
Canta. "¿Dónde alquilan caballos?" "Allá donde Pedro"
La calle Libertad
„Es una casa de color lúcuma“, me dijo la señora en el teléfono. Decidí irme del depa miraflorino porque ya se me hacía insoportable la convivencia con esa chica tan difícil. Aguanté dos meses durmiendo en el sofá de su sala y ya no quería más.
Esa mañana iba a ver dos departamentos en Barranco. El primero lo encontré rápido y me hubiera gustado pero la dueña buscaba a alguien quién se quedara por lo mínimo un año. Y a mí me quedaban unos cinco meses más. Fuí a la otra cita pero nunca llegué. Me topé con dos mujeres que me engañaron y robaron de tal forma que volví a casa llorando de rabia e impotencia. Nunca deja de sorprenderme como los rateros sean tan buenos sicólogos. La vida les ha enseñado encontrar siempre la mejor manera de engañar la determinada persona. En mí vieron una chica que quería ayudar a la pobre empleada serrana abusada por sus patrones. Aaaahhh....que buenas!
Llegando a casa no se me ocurrió nada mejor que tomarme una botella de liquor que había traído de Praga como regalo para gente buena que esperaba conocer. Como no suelo tomar mucho me puse muy mal. Justo estaba en el baño vomitando cuando sonó el teléfono. La señora me preguntaba porqué no había llegado a la cita. Le conté la historia y ella prometió venir a recogerme. Subiendo al carro de señora Carmen y su esposo pensé, pucha, que tal si son unos pervertidos, me pueden llevar a cualquier parte y yo qué... Pero pronto paramos frente la pared color lúcuma y yo me sentí muy agradecida por haberme tratado bien.
Era una casa sencilla, de esas que esperan que les construyan otro piso cuando sea necesario. No tenía nada de muebles pero los dueños me iban a poner una cama, cocina y refrigerador. Por el momento no necesitaba más. Tenía tres cuartos de los que yo usaba uno solo (luego dos amigas americanas se mudaron conmigo), por un corredor sin techo se entraba a la cocina y al baño con ducha, que era tan baja que cuando se le puso la terma yo ya no entraba y siempre me chocaba la corriente tocandola con la cabeza mojada. Por una escalera se subía al techo donde había otro cuarto que no se podía cerrar y ese era „la sala“ y el lugar de las fiestas.
En el techo encontré unos ladrillos y una puerta vieja que me servían para construir mi mesa. Quedó bajita así que me sentaba en el piso mientras dibujaba. En Praga de vez en cuando encontraba hasta muebles viejos en la calle pero en Lima resultó un problema encontar siquiera una tabla o un pedazo de madera. Todo aún servía a alguien.
Un día Sra. Carmen decidió a llenar el tanque del techo con agua. Ya ni sé porqué, si por no tener que usar la terma matadora... Estaba trabajando en el taller de la uni, cuando me llamó Alejandra que acababa de llegar y encontró la casa inundada! Con Harmony (otra amiga cuyos padres hippies le han puesto ese lindo nombre) chapamos un taxi y regresamos a Barranco. Como casi no teníamos muebles, todas las cosas que estuvieron en el suelo flotaban sobre el agua! Llamamos a la dueña y nos pusimos a limpiar y secar las cosas, tendiendo la ropa y los papeles en el techo. Sra. Carmen se arrepintió mucho viendo el desastre y prometió areglar todo. El día siguiente volviendo de las clases... de nuevo! Supuestamente areglaron el tanque pero quién sabe como... Carmen aún más arrepentida nos trajó una tele viejita como recompensa. La hemos puesto a la sala junto con un colchón inflable.
Le rogamos que porfavor ya no aregle nada, que la casa estaba perfecta así. Pero no lo estaba. La luz fallaba muy a menudo. El refrigerador se apagaba y la terma tambien tenía sus mañas. Pero no todos los problemas estaban en nuestra casa. Los apagones, la tubería rota, el agua corriendo por la pista se nos hicieron cotidianas. Vivíamos momentos romanticos, duchandonos con agua fría iluminadas por las velas.
Así encontré La Libertad donde viví unos tiempos muy felices. Me consideraba la chica del barrio, conocía a los vecinos, los kioskeros, hasta tenía mi local que estaba en una cochera de calle Independencia, dónde siempre ibamos a comprar pizza y conversar con los dueños que nos prestaban sus platos a casa. Me gustaba vivir ahí, en el límite con Chorrillos, que ya estaba fuera de la zona turística y de la borachera barranquina. Me despertaba con el canto de las colegialas que así comenzaban sus clases. Otros días pasaba la procesión o venían los testigos de Jehova a conversar sobre la Biblia (lo que nunca pudieron conmigo).
Nada que ver con la casa miraflorina enrejada y con el guachimán abajo.
1 sept 2008
Homenaje al mar
Quisiera dedicar este post al mar. Al mar que no tengo en este país y que me hace falta. Algunos días me levanto, abro la ventana y lo huelo en el aire. Está cientos de kilómetros de acá. Se podrá oler?
Siempre deseaba tenerlo cerca. Desde chiquita soñaba de verlo un día. Años antes de siquiera haberlo visto hacía montones de dibujos de islas perdidas en el océano, habitadas de niños náufragos viviendo felices sin adultos y escuelas. Aún los tengo por ahí guardados.
Llegué a verlo a los 12 años. En Yugoslavia en el 1988, justo antes de haber empezado la guerra ahí. El siguiente año se abrieron las fronteras de mi país y se podía a salir a otras partes también. Después he visto el mar en Italia, Francia, Inglaterra, Irlanda, España, Russia... Pero nunca he vivido a su lado hasta en Lima.
La ciudad que tiene el mar se gana una dimensión más. Es algo salvaje dentro de la civilización. En Lima siempre buscaba vivir cerca del malecón y las épocas más bonitas y más largas pasé en Barranco. Me quedaba lejos de la Uni pero me gustaba más que vivir en Pueblo libre o Jesús María dónde también viví un tiempo. Es más fácil ubicarse, hay algo claro – el borde de la ciudad claramente marcada. El malecón – la playa – el mar. El fin. Algo seguro en una ciudad tan plana y grande con margenes dispersos y movedizos.
El verano pasado nos familiariazamos aún más. Yo y el Pacífico. Empecé a meterme con la tabla. Decir a correr sería exagerado. Pero igual lo disfrutaba muchísimo. Es fácil volverse adicto a esa diversión. Fue una diversión para mí porque no buscaba la perfección, solo quería estar en el contacto con el agua, aprender a moverme dentro de ella, relajarme y olvidarme de los problemas „terrestres“. Y para eso funccionaba muy bien. Syncronizarme con la marea, esperar la ola, cogerla y dejarme llevar… es mejor que el sexo! (Será por eso la playa llena de chicos que obviamente les hace falta?)
Acá en Praga no sé bien como limpiarme la cabeza. No sé con que quitarme el dolor de la espalda. Por eso extraño al Pacífico.
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