Estoy preparandome para el viaje. Me quedan unos pocos días aquí, quisiera vivirlos como si nada, pero es imposible. El viaje ya se ha instalado en mí, en mi cabeza y en el estómago y no me deja en paz. Hablo de los viajes que de alguna manera forman nuestras vidas, los viajes que a mí me llevaron a escribir este blog. Los viajes que generan expectativas y tambien temores. Es un experimento en el que se debe intercambiar la certidumbre por la curiosidad, y la tranquilidad por una experiencia con un fin inseguro.
Los viajes que pienso y deseo cuando ninguno está en el horizonte son los más atractivos. Los inalcanzables. Cuando uno compra el pasaje y ya tiene una fecha concreta de la partida, la atractividad del viaje se disminuye día a día, hasta llegar los últimos que son los peores. Uno aún no está allí pero tampoco está aquí del todo, porque no puede hacer los planes del futuro con los demás. Es un tiempo que solo hay que dejar que pase.
En esos días uno se da cuenta de las cosas que está dejando atrás. De repente las cosas invisibles se hacen significantes. Porque al fin son ellas que forman nuestras vidas. Y son ellas que extrañamos después de estar más tiempo fuera del hogar. Cuando sufrí mi último „homesick“ grave, me puse a extrañar incluso las cosas que hasta ese momento no sabía que me gustaban. Comidas que se consideran típicas checas pero que casi nunca como. Ver las teleseries policiacas en la madrugada después de que se acaba la fuerza para trabajar. Comer las tostadas de pan viejo en la cama. Lo mas cotidiano que normalmente no considero importante, como ordenar mi casa, regar las plantas y tender la ropa limpia en el balcón de repente se vuelven algo que me define, sin que no sería yo.
Y luego hay momentos que no siempre valoro pero son los que me hacen saber donde tengo la casa. Los que hacen que vuelva. Es dormirse y levantarse al lado de la persona querida. Acariciar las mejillas de mi sobrino. Ir donde mis padres, caminar en el bosque. Poder habitar el paisaje de mi infancia, donde no tengo que estar curiosa, ni abierta, ni atenta. Donde solo puedo ser.
Sí, estoy teriblemente sentimental, pero de pronto se me pasa. Cuando cierro la puerta de mi casa y subo al metro con mi mochila rumbo al aeropuerto, cuando el avión se despega de la tierra, el peso se queda abajo y me invade esa extraña especie de felicidad sin motivo, o sin un motivo que se podría describir bien con las palabras. Y si se hace, suena cursi: la felicidad de vivir en un mundo donde las cosas pasan.
24 ago 2009
19 ago 2009
1!
Supersensación cumple un año.
Quisiera agradecer a todos los que se han dado el trabajo de leerme y dialogar conmígo. Gracias a otros bloggers, sobre todo a Talía, por inspirarme a compartir algo de mi vida con los demás. Gracias tambien a aquellos que no dejan de darme el ánimo que a veces falta para que sigua escribiendo. Gracias por volver a leer a pesar de los largos silencios que de vez en cuando me invaden. Gracias a este espacio virtual que permite compartir cosas reales.
4 ago 2009
La perfección
Uno pensaría que debiera motivarle cuando su esfuerzo sea valorado. No obstante a mí a veces me produce un efecto opuesto. Claro que me alegra saber que haya gente que les interese lo que escribo pero me hace pensar en las expectativas que genero en ellos. Y esas expectativas me paralizan un poco. Soy consciente de que son unas expectativas imaginarias y que mis desgarros no le vayan a quitar el sueño a nadie. Cuando empecé a escribir este blog no esperaba nada. No sabía porqué ni para quién lo hacía. Y ahora, sabiendo de que alguien me lea, que visite la página para ver que hay de nuevo mientras que yo no publico nada, pues eso me intimida.
Me acuerdo cuando una chica que conozco desde la infancia ha publicado su primer libro con bastante éxito. En las entrevistas siempre le preguntaban sobre su próximo libro. Y yo pensé que simplemente no podía dejar de escribir si bien quisiera. De repente se ha vuelto una escritora de la que se esperaban más y más libros...
Si lo pienso bien lo que me asusta es la responsabilidad por lo que hago. Seguir con la tarea que me propuse y llevarla a un cabo. E ir mejorando, madurando, perfeccionando. Pero cada vez más se me hace obvio que las expectativas no son de nadie sino mías. Igual que la inseguridad y el miedo de no ser capaz de cumplir mi propuesta. Soy yo entonces quién se paraliza a sí mismo.
Desde niña tenía la facilidad para varias cosas. Aprendía rápido, a veces más rápido que los demás, pero al alcanzar cierto nivel que me bastaba para realizar mis objetivos dejaba de esforzarme. Como si fuera una cuestion de supervivencia, aprendía una y otra cosa sin la necesidad de llegar a la perfección. Era lógico que mis compañeros que no tenían los intereses tan dispersos y escogían una sola área de pronto me superaban. Pero es que yo si me dedicaba a una sola cosa me sentía atrapada. Andaba cambiando de rumbos queriendo probar todo, sentía la necesidad de vivir varias vidas, tal vez para liberarme de la responsabilidad de ser buena en la una que tenía. Recuerdo haber querido aprender a tocar el violín y ahí mis padres ya me pararon, me dijeron que mejor me concentrara al dibujo. Hasta hoy no sé tocar ningún instrumento.
El dibujo. Lo único que no escogí pero que nunca dejé de hacer. En mi familia el arte era algo tan común y natural, que no aprendí a valorarlo. Pensaba que todos podían hacerlo. Me acuerdo que cuando tenía 18, al acabar los cuatro años de estudios de arte*, me sentía completamente inútil, envidiaba a los que estudiaron para ser carniceros o cocineros, porque tenían un camino claramente marcado sin tener que pensar porqué y para quién trabajaban. No me aceptaron en Bellas artes pues me quedé un año sin empleo y haciendo de todo, menos el arte. Estaba esperando que alguien me necesite pero solo buscaban las cajeras o secretarias. El siguiente año entré a Bellas artes y me propuse disfrutar de los estudios sin pensar mucho en que me esperara después.
No sé si fue la mejor idea pero la pasé bien y con el tiempo aprendí más o menos a superar el hecho de hacer algo que aparentemente no sea tan necesario, útil o que ayudara directamente a alguien. Apreciando el trabajo de otros trato de aprender a valorar el mío. Hasta ahora me cuesta, pero hago lo que sé hacer mejor de todo. Y de vez en cuando me pongo a coser, restaurar muebles, reparar las bicicletas o a escribir para quitarme el peso de encima. Porque, al fin, lo que se disfruta es lo que cuenta y no hay que ser bueno en todo. Y además, es una buena excusa eso de escribir en otro idioma... no?
*El sistema educativo checo: 8(hoy 9) años el colegio (obligatorios), 4 años la secundaria(high school), 5-6 años la universidad (en mi caso Bellas artes)
Me acuerdo cuando una chica que conozco desde la infancia ha publicado su primer libro con bastante éxito. En las entrevistas siempre le preguntaban sobre su próximo libro. Y yo pensé que simplemente no podía dejar de escribir si bien quisiera. De repente se ha vuelto una escritora de la que se esperaban más y más libros...
Si lo pienso bien lo que me asusta es la responsabilidad por lo que hago. Seguir con la tarea que me propuse y llevarla a un cabo. E ir mejorando, madurando, perfeccionando. Pero cada vez más se me hace obvio que las expectativas no son de nadie sino mías. Igual que la inseguridad y el miedo de no ser capaz de cumplir mi propuesta. Soy yo entonces quién se paraliza a sí mismo.
Desde niña tenía la facilidad para varias cosas. Aprendía rápido, a veces más rápido que los demás, pero al alcanzar cierto nivel que me bastaba para realizar mis objetivos dejaba de esforzarme. Como si fuera una cuestion de supervivencia, aprendía una y otra cosa sin la necesidad de llegar a la perfección. Era lógico que mis compañeros que no tenían los intereses tan dispersos y escogían una sola área de pronto me superaban. Pero es que yo si me dedicaba a una sola cosa me sentía atrapada. Andaba cambiando de rumbos queriendo probar todo, sentía la necesidad de vivir varias vidas, tal vez para liberarme de la responsabilidad de ser buena en la una que tenía. Recuerdo haber querido aprender a tocar el violín y ahí mis padres ya me pararon, me dijeron que mejor me concentrara al dibujo. Hasta hoy no sé tocar ningún instrumento.
El dibujo. Lo único que no escogí pero que nunca dejé de hacer. En mi familia el arte era algo tan común y natural, que no aprendí a valorarlo. Pensaba que todos podían hacerlo. Me acuerdo que cuando tenía 18, al acabar los cuatro años de estudios de arte*, me sentía completamente inútil, envidiaba a los que estudiaron para ser carniceros o cocineros, porque tenían un camino claramente marcado sin tener que pensar porqué y para quién trabajaban. No me aceptaron en Bellas artes pues me quedé un año sin empleo y haciendo de todo, menos el arte. Estaba esperando que alguien me necesite pero solo buscaban las cajeras o secretarias. El siguiente año entré a Bellas artes y me propuse disfrutar de los estudios sin pensar mucho en que me esperara después.
No sé si fue la mejor idea pero la pasé bien y con el tiempo aprendí más o menos a superar el hecho de hacer algo que aparentemente no sea tan necesario, útil o que ayudara directamente a alguien. Apreciando el trabajo de otros trato de aprender a valorar el mío. Hasta ahora me cuesta, pero hago lo que sé hacer mejor de todo. Y de vez en cuando me pongo a coser, restaurar muebles, reparar las bicicletas o a escribir para quitarme el peso de encima. Porque, al fin, lo que se disfruta es lo que cuenta y no hay que ser bueno en todo. Y además, es una buena excusa eso de escribir en otro idioma... no?
*El sistema educativo checo: 8(hoy 9) años el colegio (obligatorios), 4 años la secundaria(high school), 5-6 años la universidad (en mi caso Bellas artes)
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