No, no me gustaba ir al colegio. En el principio me resistía, lloraba, pero luego me había acostumbrado. No tenía amigos buenos en mi clase, y tampoco habían maestros a los que hubiera querido. El colegio era un mal necesario, un tiempo que había que sobrevivir.
A pesar de ello no era mala estudiante. Pero tampoco era la mejor. Era promedia y para serlo no había que esforzarse demasiado. Entrando al quinto año los niños se dividían. Los talentosos se iban a la clase matemática y los demas se quedaban. Yo era buena en el dibujo, la lengua checa, geografía y biología, pero era pésima en matemáticas. Mis padres pensaban que como era buena en lo manual iba a sufrir estudiando. Puede que han tenido la razón, no era tan estudiosa, especialmente en las materias que no me parecían divertidas. Pues me quedé en la clase mediocre.
Cuando me aburría durante las clases, me ponía a dibujar. Era mi forma de soñar, de trasladarme a lugares mas bonitos e interesante, me permitía vivir unas historias extraordinarias. Mis dibujos a menudo estaban influidos por los libros que leía. Los libros era otro escape y mis dibujos eran un intento de acercarme a la realidad que solo existía dentro de ellos. La mayoría eran historias de aventuras, como el Robinson Crusoe, Dos años de vacaciones del Verne, Tom Sawyer de Mark Twain o novelas de Arthur Ransome. Lo que me gustaba dibujar eran unas islas abandonadas o bosques, habitados por niños.
Me consolaba la idea de las vacaciones, del unico tiempo que valía la pena. En esos dos meses de verano esperaba a vivir lo que el resto del año estaba soñando. Ahí sí me sentía libre, metida en los bosques, corriendo, nadando, o haciendo trabajos verdaderos como cortar leña. Y todo eso con gente que quería. Unos meses antes de las vacaciones hacía el calendario. Era una hoja grande llena de rayitas que representaban los días que quedaban hasta el julio, y cada noche tachábamos el día que acababa de pasar. Cuando se acercaba el fin de agosto, me deprimía, me angustiaba. No quería que terminara. Al septiembre realmente lo odiaba, con su olor a manzanas maduras, con sus lluvias y noches frescas.
Esas sensaciones se me quedaron grabadas. Aunque después del colegio había estudiado diez años mas, aunque en la universidad las vacaciones duraban hasta el fin de septiembre, y a pesar de que hace tiempo que no tengo ningunas vacaciones, siguo viviendo según mi viejo calendario. Por él al comienzo de julio me siento libre y con ganas de vivir. Me hace feliz el solo hecho de andar descalza sin tener que abrigarme, de noche tener la ventana abierta, ver mi oleandro a florecer. Y tambien siguo odiando el septiembre. Y sé que por dentro siguo siendo la niña que se resiste a ir todos los días al colegio y que quiere escaparse a una isla de eternas vacaciones.
2 jul 2009
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2 comentarios:
Hola, Dora.
Sólo he leído este post y sentí, a ratos, mirar un espejo. Dime, ¿te casarías conmigo?
Aparte de declaraciones y emociones varias, quería comentar que ayer vi un cartelito que anunciaba "vacaciones útiles" para los niños y sentí escalofríos. Ese mal invento que promocionan institutos privados, para hacer sentir a nuestros padres que siempre estamos "por debajo del nivel que necesitamos alcanzar para"...
¡Qué horror!
Yo sí fui de las alumnas más destacadas del colegio, por obligación familiar. Mis padres eran jóvenes, tenían energía e ingenio pora coaccionar y condicionar. Manías...
Creo que por eso me escapé, huí en una burbuja y aún no sé bien dónde estoy, pero a veces me gusta y otras, no me entero.
¡Un abrazo y felicidades!
Hola Angela, acabo de volver del campo llena de energia...
Me alegra recibir tu comentario! Jaja, pero antes de casarse conmigo te recomendaría leer algo mas de mi blog, sospecho que de pronto se te irían las ganas de hacerme ese tipo de propuestas! Un abrazo!
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