A veces sueño que estoy en Lima. Estoy allí sin tener que hacer las maletas, sin las despedidas en los aeropuertos, sin los viajes. Es como dormirse en un país y despertar en otro, un día cualquiera, sin que nadie sepa. Veo que estoy allí y sé que no debería, que es poco probable. Decido no complicarme y recibir ese regalo no esperado. Aún sorprendida pero feliz me pongo a pensar a quién llamar. Me encanta la idea de poder marcar el número de algún amigo del que normalmente me separa una distancia enorme y decirle: hola, estoy aquí, quieres tomar una chela conmigo? No sé porqué ahí el sueño se termina. Nunca dura lo suficiente para poder hacer la llamada.
Y aunque en mis sueños esos traslados aún me sorprenden, en mi realidad el Perú ha dejado de ser otro país. Por mucho tiempo lo estaba protegiendo en mí como una especie de exilio. Un sitio que no podía compartir con gente aquí. Algo que me alejaba de ellos y que con el tiempo se volvió un lastre. Pero tenía miedo de perderlo. Por alguna razón necesitaba de ese exilio.
Ahora siento que ese peso se va disolviendo. Me doy cuenta que ya no hay que guardar ese espacio porque no hay quién me lo quiera quitar. Puede que nunca hubo alguien así, pero eso creía. Quizás porque no tenía la opción de elegir. Pero ahora que podría irme a donde quiera, me quedo. Me quedo porque sé que mi vida conmigo es la misma aquí y allá.
27 ago 2011
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